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martes, 10 de julio de 2012

Tito Berry


Hola. Soy TITO BERRY, escritor y periodista. Un loco por gente. Cuando estoy con una persona activa, dinámica, alegre, no tengo sueño, pero sueño; no tengo cansancio pero canso; no me enamoro tan rápido pero enamoro; amo aunque no me amen; admiro la juventud.

Sólo no asisto a conversaciones fútiles sobre futbol, disputas necias, contiendas, difamaciones, gente que se alaba por sus fechorías y perversidades sexuales, y cuando se tiran la pelotita entre dos o más, dejándome de lado. Sé respetar y no hablo encimado; detesto gente que habla encima de uno, no escucha y no reflexiona adecuadamente sobre lo que escucha.

Quizá sea porque crecí como en una cárcel religiosa, moral, educativa, cultural, y loca. Pero igual, soy persona libre, feliz y que no me aten porque me moriría. Quiero vivir sirviendo y amando. Mi mente crea a cada segundo. Soy dinámico, alegre y divertido, pero también sabio y pensador. La religión no consiguió encerrarme, ni la filosofia embrutecerme. No compro ilusiones ni pierdo tiempo con gente, programas, fiestas y distraciones estériles y soberbias. Prefiero andar con gente simple, e inteligente. Tengo apenas 60 años de edad menos 26 días (hoy es 10-07-12); quizá, cuando madure, pierda un poco de locura, pero me gustaría morir siendo la clase de loco que soy, plantando árboles y haciendo hijos.

Si eres algo parecido, quizá seas mi hermano. Quiero conocerte. Comunícate conmigo...


TE MOSTRARÉ DE DONDE VENGO Y QUÉ TRAIGO PARA TÍ…

Nuestros padres tuvieron 11 o 13 hijos, según cuándo se los haya contado, y aunque no creo en mitos, felizmente no soy el séptimo varón de los once ni de los trece, contando de arriba hacia abajo। Pero reconozco, fui raro, sigo siendo, la excepción en muchos aspectos, a quien bien harían escuchar los otros, observar mi ejemplo y ponderar lo que ellos no estén de acuerdo pero que la sola diferencia podría estar siendo un preaviso o un pos-aviso de glorificación de la diferencia y la diversidad entre hermanos.

Serví a muchas más personas que todos ellos juntos, ya sean diez, o doce; la suma total del servicio de ellos sin ninguna duda no alcanza a poder equipararse con el resultado final de mi vida de servicio. No lo digo por presunción, sino porque lo de ellos fue siempre fácil contabilizar, porque no se movieron mucho de lugar, pero sólo yo y Dios sabemos cuánta relación humana cercó mi vida en varios países de Latinoamérica y en mi querido país Argentina.

Serví alado de una madre desconocida de otra docena de chiquillos como la mía, la nuestra, pero mucho más pobre aún; en la villa, en los fondos de la más absoluta pauperridad donde ni el llanto ya se escucha más ni las ganas de morirse parece poder dar alguna gana de vivir en tan desgraciada vida. La pobre mujer, rodeada de una grande prole de niños de todos los tamaños llorando a su hijo mayor, baleado por la Policía cuando intentaba pasar la droga sin compartir con ellos las ganancias. Le preocupaba su madre, sus hermanitos. Allí, tirado en una mesa, tapado con una frazada rota, y la madre de un lado con los hijos tirados por todos lados llorando, o mejor, apenas gimiendo, sin fuerzas y sin siquiera darse cuenta que aún vivían. Nadie quería acercarse al rancho, pero un amigo mío que supo de la desgracia, me invitó, y fuimos hasta allí. Esto ocurrió, ni más ni menos que en los suburbios de una gran capital provincial argentina, no en Río de Janeiro ni en San Francisco, tampoco en Bolivia o Paraguay.

Serví al mochilero perdido y desesperado por un poco de comprensión. Serví al cura herido en su propia parroquia. Serví al pastor accidentado en la ruta, a quien por casualidad lo encontré tirado al costado del camino, rogando a Dios que le mandara a uno de sus ángeles a socorrerlo. Serví al desconocido, dolido por la muerte inesperada de su más íntimo familiar. Serví a la mujer que el marido quería matar. Serví a varios de los hombres, muchachos aún, que querían suicidarse y los liberé de la desgracia.

Serví al que pedía pan y todos lo echaban de sus casas. Serví al viajero sediento y maloliente. Serví a la prostituta a quien le dejaron sin ropas en la ruta. Serví a la mujer que no tenía qué comer ni cómo comprarse un pucho, desesperada por el dolor de cabeza por falta de la nicotina y viendo a su único niño llorar por pan; sí, le di dinero para que fuera a comprar pan y cigarrillo…

Serví al homosexual que se hizo de enfermo para poder acertarme un beso. ¡Horrible momento! Pero aunque me dio asco y rabia su falsedad, nunca lo desprecié; siempre imaginé: ¡Pobre tipo! ¡Que Dios lo ayude!

Me atraje infamias e injurias al trabajar alado de homosexuales y prostitutas en el Diario, no obstante, como yo mismo no vivía como ellos, nunca me importó la opinión de la gente. El hijo del pastor que se extralimitó en la confianza que le brindamos, me acusó y denigró, pero hoy él vive declaradamente en la práctica homosexual, y yo soy amigo de su padre, aquél que mucho sufrió y se disgustó conmigo.

Es que el verdadero hombre, a mi entender, no es el machote odioso, petulante y atrevido, sino el que dialoga, sabe perdonar, busca el acuerdo y la paz y no deja de respetar al otro como humano que es.

Serví con dinero, con comida, con hospedaje, pagándole el hotel a un delincuente que disparaba de la Policía, y para no comprometerme al hospedarlo en mi casa, le ayudé para que se buscara otro lugar donde pasar la noche.

Salí por las calles de una gran ciudad con el subjefe del Cartel de Medellín para conseguirle plata para que se fuera de la ciudad, sin saber quién era, no obstante, sin miedos cuando lo supe.

Serví con amor, con cariño, con compasión y comprensión y con mi presencia, mi compañía, con la ayuda espiritual, el sabio y oportuno consejo psicológico, con trabajos rústicos y hasta con preparativos de material educativo para rendir en la universidad, en la escuela secundaria, tratando de alfabetizar, sanando a los enfermos, liberando a muchos heridos de alma y de patologías esquizofrénicas del espíritu; quedándome alado de los enfermos terminales sentado en el piso, sufriendo junto con muchos que sufrían, luchando lado a lado, aprendiendo juntos y esforzándonos por llegar a las esferas más altas de todos los ámbitos sociales, a ver si algo podíamos cambiar en este mundo: en lo religioso, en lo político, en lo educativo, en lo laboral, y lo social.

Es probable que en la eternidad sean muchos más quienes me saludarán por los bienes que les hice, que los enemigos que pululan encima de mí hoy, tratando de despojarme de lo poco que me queda, y exigiendo que yo haga por ellos lo que ellos nunca hicieron por mí, y esto, incluido el Gobierno que exige mi impuesto para mantener a quienes no merecen, o a quienes yo no los elegí para gobernantes, y a los líderes de otras creencias, prebendados por el Poder Político de mi país, y en los que he vivido e aún vivo.

Prioricé tanto al hombre, su cuerpo, su alma, su espíritu, su bienestar, su salud integral, su prosperidad, que me olvidé de juntar dinero y edificar un reino para mí.

A mi primer esposa le ofrecí amor, respeto, cuidado, comprensión, cariño, socorro y cobertura cuanta podía, y diversas posibilidades de pervivencia, disfrute de la vida y distracción. A mis hijos les di educación, amor, cariño, tiempo, por sobre todo, TIEMPO, diálogo intenso y amplio, paseos y sanas distracciones; les di fuerza, ejemplos, poder para avanzar y vencer. Y aunque tuve errores y me descubrieron en mis carencias, jamás me justifiqué, ni tampoco traté de hacerles saber los porqués privados y ocultos, porque amaba demás, y respetaba completamente a las personas más íntimas a  quienes amé y aún así, me salpicaban con incomprensiones y mal tratos. Las cosas materiales nunca estuvieron ausentes, pero tampoco fueron abundantes.

Por suerte, mis hijos tampoco dependen tanto de lo material; así como se acostumbraron y aprendieron sí a valorar lo que tienen, pero con aquél sentido de que si las cosas no sirven para servir, no vale la pena conservarlas porque atan al ser humano y los aleja y divide de las personas y de las bondades de la vida.

¡Claro que ellos tampoco son perfectos! A veces no me agradan sus acciones y actitudes, y me digo ¡Caramba! ¿No los había educado para que vivieran con lo espiritual y moral por encima de lo material?, pero entonces recuerdo que muchas veces les había dicho que educaba y preparaba para la libertad y no para que fuesen autómatas.

Es que yo ya estaba cansado de tanta tradición anquilosada en mis familias, tanta cultura diversa en pugna, tantos intereses opuestos conflictuando la vida matrimonial y familiar, que decidí mostrar a los hijos un camino derecho, pero libre de señalamientos prefabricados y a ultranza, como si lo de nuestros padres y abuelos fuese lo correcto y lo mejor fuese solamente lo nuestro, de los de mi edad, y las nuevas generaciones debieran ser constantemente ridiculizadas por el sólo hecho de ser más libres para expresar sus ideas y sentimientos y hacer sus cosas más a la vista de todos.

Ya no tengo el cuerpo elástico y flexible de unos pocos años atrás, pero tengo el alma mucho más transformada que en medio siglo de vida,  y un espírito infinitamente más afinado y sontonizado con la eternidad, y viviendo ya más de una década después del medio siglo de existencia, con una enormidad de lucros interiores e intelectuales, y una vasta cantidad de pérdidas que ya no me hacen doler, ni ambicionar venganzas, atropellos, ni mucho menos equiparaciones desnecesarias. Me bastan, hoy, el espíritu tranquilo y sereno que me domina, el alma domesticada y diciplinada que me obedece, y el cuerpo perfecto en salud, gracias a los amigos, los amores y Dios, por sobre todo.

Con estos, estoy reaprendiendo a vivir, y obligando a los años no dominarme sino yo mismo, y sólo yo contar mis días, atrayéndome sabiduría para vivir felíz y útilmente, dando, y dándome sin parar hasta que la eternidad me alcance y me acoja en la unidad de todos quienes supieron amar y saben recibir amor.

Felizmente, y aunque no deseaba compararme con mis hermanos y a mis hijos con los hijos de ellos, pero como debo corregir mis errores cometidos en el pasado, debo entonces exponerme...

... Comenzaré por reconocer que imaginaba que siendo yo el hijo “raro”, que sólo vivía para servir y que nunca se ocupaba por tener una casa o dos o varias, vehículo último modelo, varias minas, placeres diversos, un depósito lleno de porquerías, estrellas, insignias, distintivos y diplomas, entonces, mis hermanos debían entender que mientras ellos trabajaban para tener y tener y volver a tener más cosas aún, yo era el único que por trabajar toda la vida por el bien espiritual de todos ellos, y de los de afuera también, merecía su ayuda y su socorro, al menos en casos extremos.

Pero estube equivocado... Ya no espero eso mismo, pero sí espero aún que vean que los tres hijos que Dios nos dio fueron toda la vida, y lo son, ciudadanos absolutamente responsables. No deben innecesariamente, no roban, no asaltan, no engañan, no vagan, tampoco pierden su tiempo, y no buscan notoriedad.

Trabajan incesantemente y estudian, y viven vidas normales. Son chicos independientes. Nunca vivieron con los padres indefinidamente una vez casados o por casarse. Siempre fueron dedicados a realizarse adecuadamente, y no que quisiéramos mantener una tradición mezquina de echar a los hijos a la calle para que hagan sus vidas, idolatrando la falsa y odiosa costumbre de considerar a los “viejos” dioses, y a los jóvenes cualquier cosa, mientras no estuvieran a servicio de los viejos o no mantuvieran sus costumbres.

Son chicos cristianos por convicción, no por imposición. Exactamente lo que fui desde mis doce años de vida, cuando le pedí a mi madre que hablara con el pastor de la iglesia que permitiera a los chicos que a  partir de esa edad pudieran pasar a la clase de los jóvenes, porque yo ya no soportaba más ser tratado como niño, aunque mi maestra de Escuela Dominical, Dominga Acosta, era excelente, pero la de los jóvenes era mi madre, y yo estaba loco por dialogar de Biblia con los que más sabían y podían discutir, por su edad también loca. 


Ninguno de mis hijos se congrega en la misma comunidad, pero todos tienen una viva comunión con el mismo Dios de la Biblia y de los verdaderos cristianos. Son chicos que perviven sin pedir nada a nadie, sin mendigar, sin producir en los padres lástima y dolor, pues, se arreglan como pueden en cualquier circunstancia en que les toca vivir. Son chicos que cuando uno de los padres les ha pedido una ayuda o socorro, jamás se negaron a darnos. Nunca estuvieron ausentes en nuestras mayores desgracias y sufrimientos, por lejos que vivieran.

Así fue como estuvieron del lado de su madre cuando enfermó, y mi única nuera para entonces, Silvita, quien viajó casi mil kilómetros para quedarse unos días con su suegra en el hospital, y finalmente, estuvieron con nosotros cuando su gran madre partió para estar con Jesús por la eternidad.

Lidian bien con los malos recuerdos y los problemas del pasado, y manejan maravillosamente las ofensas recibidas, o dirigidas a sus padres. Son chicos de mente abierta para aprender, abierta para cambiar, abierta para entender. Si discutimos, no nos separamos, pues, todavía prevalece en ellos el gran capital intelectual y espiritual que les legamos los padres. En lo particular, viven la mejor y más sana independencia. En lo esencial, no se apartan de la misma fé, el mismo Dios, la misma verdad y la mejor herencia, una vida indestructible de Dios, para aquí y ahora, y la eternidad.

Por último, son chicos que siempre nos ayudaron a los padres. Cristhian, el mayor, todo lo que recibía de su trabajo, era para mantener nuestra familia por años y años, sin ninguna queja. Al del medio, Danilo, lo vi carpiendo veredas, juntando vidrios, trabajando en la viña, como los otros dos, y en ocasión de trabajar en Casa de Gobierno como Granadero por cuatro años, mucho también nos ayudó. El menor, Edgardo, fue nuestro compañero en las más difíciles y tristes horas del partir de la madre-esposa, y fueron y siguen siendo personas especiales de Dios, que aman y son amados dondequiera vivan y por toda persona inteligente que sabe capturar modelos que hoy día no son comunes ni abundan.

Ya comienzan a diferenciarse entre ellos y conmigo, (con 34, 30 y 26 años respectivamente) no obstante, tengo la más absoluta seguridad de que seguirán siendo los ciudadanos responsables que siempre fueron y los cristianos esforzados y sinceros que laboran en serlo, aunque no hayan sido aún vistos como tienen la suerte de ser vistos -y falsamente divulgados- delincuentes y vagos que sólo “triunfan” merced a las prebendas, los subsidios y los puestos del Gobierno y de la mafia de los potentados que mantienen aún el poder, en el país de todos “los libres del mundo", o en Brasil...

... A todo esto, debo agregar que debido a mi viudéz viví con mi madre Laurentina Aguerreberry de Aranda, también viuda, aquella inigualable madre que me dio supremo ejemplo de vida de servicio, y con mi hermano mayor Silvestre Mario aranda, y mientras miraba el horizonte para ver el terreno que Dios mismo elegiría para edificar mi casa donde pronto poder recibir –de nuevo- a mis hijos y quizá nietos y bisnietos, a amigos y quizá hasta enemigos, para servirlos, me encerré muchas veces en mi aposento para planear cómo podré iniciar una nueva etapa de vida de servicio, esta vez quizá a pueblo desconocido, o talvez ingrato. 


Así, el 28 de Abril de 2009 pasé la frontera de Argentina-Brasil, y pisando en el país que juré nunca más volver, Dios me dijo: A partir de hoy voy a comenzar a escribir en tu vida una nueva história...

Hoy, 10 de julio de 2012, y aunque mi cuerpo y mente se renovaron como treinta o más años, mi memoria no consigue relatar los múltiples detalles de esta nueva historia que ya transcurre más de tres años a causa de su riqueza abundante y apertrechada como nunca antes para hacerse aún más fuerte, y por fin, vencer a la mismísima muerte, trocándola por la eternidad con el mayor de mis amores, Jesus.

Y porque no aguanto mantener en secreto mi corazón, te cuento francamente qué es lo que te traigo:


“NO TENGO ORO NI PLATA, PERO LO QUE TENGO, TE DOY: SERVICIO DESINTERESADO”

Y esto, porque el dolor y los sufrimientos nunca me endurecieron, sino que me ablandaron demás, quizá tanto que no aguante no poder servir como amo, y desde donde vengo, de mi trasnochado y querido SANTO TOMÉ, el de Corrientes, mi Patria Chica, para Brasil y el Mundo del que soy ciudadano de honor y polizón del amor, sin permiso y sin razón.

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